jueves, 15 de abril de 2010

Mii Canciión Favoriita

Susan King- La Doncella Cisne

PRÓLOGO

Highlands, Escocia. Invierno de 1286

—En tiempos de las brumas —dijo el seanachaid—, cuando las hadas danzaban en lo alto de las colinas de las Highlands, una dama vivía en una fortaleza de bronce y plata, en la isla de un lago. Su corazón no se había abierto a nadie, hasta que cierto guerrero la cortejó y ganó su amor.

Gabhan MacDuff, nieto del seanachaid e hijo de un guerrero, bostezó, tumbado boca abajo junto al fuego del hogar. Sus padres estaban sentados cerca de él con otros parientes y varios criados, y todos permanecían en silencio, escuchando. Gabhan apoyó la cabeza sobre sus brazos cruzados y observó las llamas, que danzaban ante sus ojos.

—Su amor resplandecía como un arco iris —prosiguió su abuelo—. Y todos los que los conocían admiraban su manera de amarse. Iban a casarse... él, oscuro como un cuervo; ella, etérea como un cisne.

Ante la mención de aquel amor, Gabhan arrugó la nariz. Su padre, sentado cerca de él con las botas puestas y las piernas estiradas hacia el fuego, soltó una leve risita. Le acarició a Gabhan la cabeza con su enorme y gentil mano, recordándole que debía mostrar mayor respeto.

—Pero un hombre, un druida, los odiaba en secreto. Quería la dama para sí, y su corazón se había vuelto cada vez más negro y duro de tanto anhelar lo imposible. Juró que, si él no podía tener a la dama, nadie la tendría.

—La víspera de la boda, el druida salió al encuentro de la luz de la luna e hizo un maleficio. Tomó una flecha encantada y la lanzó hacia los cielos. Las nubes se arremolinaron y estalló una increíble tormenta. Las aguas del lago se tragaron la isla, y los relámpagos destrozaron la fortaleza, cuyos muros se desmoronaron hacia las profundidades del lago.

A Gabhan le gustó esa parte de la historia, la de la destrucción de la fortaleza. Levantó un poco la cabeza, la apoyó en una mano y miró a su abuelo. Este era atractivo, como el padre de Gabhan, con los ojos azules y el pelo, aunque antaño negrísimo, inmaculadamente blanco. Los ojos de Gabhan, sin embargo, eran marrones, como los de su madre, inglesa; pero a pesar de ello, su aspecto era el de un auténtico Highlander.

—Todos los que vivían en la fortaleza se ahogaron la víspera de la boda —continuó Adhamnain MacDuff—, y el guerrero de cabellos de azabache y la pálida dama también desaparecieron en el fondo del lago.

Gabhan frunció el ceño. No le gustaba imaginar al guerrero y la dama tragados por las turbulentas aguas. Atendió, con la esperanza de escuchar que se habían salvado.

Sentada junto a su padre, su madre le sonrió, y luego miró con ternura a su marido. Gabhan sabía que su madre había abandonado a su familia inglesa para viajar hasta el castillo de Glenshie y vivir con su marido Highlander, que también se llamaba Adhamnain, aunque los suyos lo consideraban un salvaje y un hombre indigno de ella. Ahora, su delicada mano descansaba sobre el fuerte hombro de su marido, su rostro resplandecía de felicidad y sus brillantes ojos reflejaban serenidad.

Gabhan, nervioso, miró a su abuelo. No quería que la historia acabara en un desastre.

—Pero los corazones de ambos amantes eran puros, y la fuerza de un amor compartido es invencible y no puede ser destruida. Un amor como el de ellos es capaz de hacer magia, y eso fue lo que los salvó... en cierto modo. Cada uno de los que se ahogaron aquel atardecer se convirtió en un cisne —dijo el abuelo, inclinándose hacia delante—. La dama y el guerrero se transformaron en los más bellos y elegantes de todos los cisnes encantados del lago.

—El druida, al ver las aves, y reconocer las que ocupaban el centro de la bandada, supo que su malévolo plan había fracasado, porque no había logrado separarlos. El druida abandonó aquellas tierras. Los descendientes de aquellos cisnes aún viven en el lago, y la magia y el misterio de aquel lugar perdurarán para siempre. Y se dice que, algunas veces, bajo cierta luz, pueden verse los muros de la hundida fortaleza... pero sólo la ven aquellos cuyo corazón se ha abierto a un gran amor. —Volvió a apoyar la espalda en la silla, sonriendo.

—¿Qué fue del druida, abuelo? —preguntó Gabhan.

—Algunos dicen que todavía vive, porque ha descubierto el secreto de la vida eterna, y que algún día volverá para reclamar para sí a la Doncella Cisne.

Gabhan se estremeció ante la idea:

—Yo conozco ese lugar —dijo—. Se llama Loch nan Eala, el Lago de los Cisnes. No está lejos de aquí. Mi padre me llevó a ver los cisnes. Hay un castillo a orillas del lago, llamado Dün nan Eala, y en él vive una familia. Y mi madre me ha dicho que, una vez, ella y mi padre vieron la fortaleza brillando en el fondo del lago.

El abuelo sonrió:

—Desde luego, si alguien lo ha visto alguna vez, seguro que han sido ellos —repuso, guiñando un ojo a su hijo y su nuera—. Se dice que, a veces, el guerrero y la dama llegan a la orilla y abandonan sus plumajes de cisne para recobrar su forma humana durante unas horas. Buscan el modo de romper el maleficio. Si algún día lo encuentran, volverán a ser libres.

—¿Puede romperse el maleficio, abuelo?

—Dicen que un guerrero que conozca el verdadero amor debe cazar al vuelo una flecha encantada y lanzarla al centro del lago, justo al revés de cómo la lanzó el malvado druida —respondió el abuelo.

—Ah —exclamó Gabhan—. Yo podría coger una flecha encantada al vuelo.

—¿De veras? —El viejo Adhamnain sonrió—: Es muy difícil.

—Pero yo podría hacerlo —insistió Gabhan, seguro de sí mismo.

La sonrisa del abuelo se ensanchó aún más:

—Las flechas encantadas son muy difíciles de encontrar. Y los cisnes son felices en ese lago, después de tanto tiempo.

Gabhan asintió con la cabeza, y volvió a apoyarla en sus brazos, mientras su abuelo se volvía para murmurar algo a sus padres.

Aunque Gabhan escuchaba atentamente, entendió muy pocas palabras de aquella conversación. Hablaban de la reciente muerte del rey de Escocia, y de la lucha con el rey inglés, que había enviado sus tropas hacia el norte. Los ingleses no tenían ningún derecho sobre aquellas tierras, insistía su padre. Una justa rebelión se había levantado en Escocia, y él lucharía en el frente de la batalla, si era necesario, para proteger a Escocia, su hogar y su gente.

Era muy tarde, y Gabhan estaba cansado; y el agradable calor del fuego y las voces que ahora cuchicheaban, monótonas, le hicieron caer dormido en un instante. Soñó con un lago que brillaba al sol y sobre el cual se deslizaban blancos cisnes. Él también era un cisne, y nadaba junto a una hermosa hembra. Sus cuerpos se veían reflejados en el nítido espejo del agua. Una cadena de oro rodeaba su garganta, y también la de ella, uniéndolos a ambos. Gabhan sentía el suave tirón de los eslabones mientras flotaba sobre las frías aguas junto a su compañera.

De repente, unos nubarrones de tormenta cubrieron el lago, y Gabhan extendió sus alas. A su lado, la bella cisne hizo otro tanto. Despegaron de las aguas como uno solo, con la cadena colgando entre ambos cual una cinta de rayos de sol. Huían de la tormenta, pero esta los alcanzó con su terrible y sombrío vendaval. Estallaron los relámpagos, las nubes se arremolinaron hasta semejar enormes piedras, y el viento los arrastró hasta el gélido abrazo de las aguas.

Gabhan se despertó con un grito, y enseguida sintió sobre su cabeza la mano grande y amable de su padre, calmándolo.

No mucho después de aquella noche, Gabhan cabalgaba por las laderas cubiertas de brezos, descendiendo, alejándose de Glenshie, junto a su madre, que lloraba, su doncella, de semblante taciturno, y un anciano sirviente. Los tres abandonaban las purpúreas colinas, los rápidos riachuelos, la torre de roca que había sido su hogar. Su madre decía que se iban a Inglaterra.

Su padre estaba muerto. Había sido asesinado. Gabhan no podía pensar en ello, porque el dolor era demasiado profundo. El castillo había sido atacado, y su abuelo había muerto también. Su madre se había llevado a Gabhan a toda prisa, en una desesperada huida en plena noche, mientras se oían gritos tras ellos, y les llegaba el olor del humo. Gabhan no entendía casi nada, o nada, de lo que había pasado.

Sin embargo, contenía las lágrimas y cabalgaba con la cabeza erguida. Decidido a defender a su madre, a sabiendas de que su padre habría esperado eso de él, empuñaba su espada de madera, apuntándola hacia delante. La doncella le dijo que la bajara antes de que le hiciera daño a alguien. Pero su madre sonrió tristemente, le agradeció su valentía de caballero, y le dejó seguir empuñándola.

Al llegar a la frontera con Inglaterra, su madre le ofreció su paño de tartán rojo, regalo de su padre, a la mujer de un granjero, a cambio de una casaca marrón que le sentaba a Gabhan como un saco. Luego, le dijo a Gabhan que, a partir de aquel momento, tan sólo debían hablar en inglés. Dijo que no volviera a hablar en gaélico jamás, y que su nombre sería Gawain, y no Gabhan MacDuff.

Gabhan asintió obedientemente, con la espada de madera a punto, y la espalda muy recta. No entendía lo que su madre le pedía, y echaba tanto de menos a su padre que sentía el mismo dolor que si estuviera enfermo. Pero quería a su madre, e iba a hacer todo lo que ella le pidiera. La tristeza que se adivinaba en los ojos de ella era pareja al dolor que él sentía en su corazón. Y Gabhan tan sólo quería ver a su madre sonreír de nuevo.

Los parientes ingleses de su madre eran unos desconocidos, pero muy amables; y las colinas que se erigían junto al castillo de los abuelos de Gabhan eran bajas, verdes y bonitas, aunque no tan hermosas como las que rodeaban Glenshie. A Gawain le gustaban los caballos de largas patas, los perros y los gatos que sus tíos y abuelo tenían, y a menudo paseaba hasta un río cercano para ver los cisnes que en él vivían. Eso era lo que más le recordaba a su hogar.

Al cabo de un tiempo, su madre se casó con Sir Henry Avenel, un atractivo caballero viudo que la hacía reír, y que tenía tres hijos pequeños. Con sus hermanastros menores, Gawain hacía recados para los caballeros que entraban y salían del castillo de Avenel. Fascinado por sus armaduras, sus caballos y armas, y por las interminables historias sobre sus nobles hazañas, Gawain anhelaba convertirse en caballero.

Nadie le volvió a hablar jamás de Glenshie o de los MacDuff. A veces, Gawain veía a su madre mirándolo con tristeza, pero si él le preguntaba algo, ella tan sólo sacudía la cabeza y se alejaba.

En secreto, Gawain solía pensar en Escocia, y sus recuerdos eran nítidos. Tenía la intención de volver a Escocia algún día, y encontrar el castillo de Glenshie para reclamar su derecho sobre aquellas tierras y su título. Gawain sabía que aquel asunto debería esperar hasta que él hubiera crecido y se hubiera convertido en un caballero, en el dueño de su propia vida y en el defensor de sus semejantes que tanto anhelaba llegar a ser.

Creció, y se hizo un joven alto, con gran fortaleza de cuerpo, corazón y alma, y sintió que los sueños de cuando era un crío se desvanecían. Finalmente, se arrodilló ante el rey de Inglaterra para ser nombrado caballero. Prometió fidelidad y juró actuar siguiendo los principios de los verdaderos caballeros.

Cuando por fin volvió a Escocia, cabalgaba tras su rey, bajo el estandarte de los Dragones, el símbolo de la destrucción.